OPINIÓN

El arte del tráiler

El arte del tráiler
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El arte del tráiler

¿Hasta dónde pueden llegar los tráilers de una película? No hay debate: la industria ha decidido que los necesita para cebar a un público más inocente que intuitivo, por eso la mecánica no ha evolucionado gran cosa en estos cien años. De los vetustos adjetivos épicos en blanco y negro a los montajes hiperventilados o los teasers efímeros, cada género ha desarrollado su propio tipo de avance (de ahí la maravillosa comicidad de los recuts). Y que existan numerosas joyas (por citar una, El resplandor de Kubrick) no evita que muchas comedias o dramas actuales se puedan destripar en dos minutos, lo cual, admitámoslo, no dice nada bueno sobre ellas.

He llegado a cerrar los ojos y taparme los oídos durante un tráiler, bien por odio debido a la sobreexposición o porque la película anunciada me importa tanto que no quiero que esas imágenes me contaminen. El último que he esquivado como si fuera a quemarme los ojos fue el de La habitación de Lenny Abrahamson. Tenía un pálpito especial, y por eso evité a conciencia cualquier anticipo escrito o filmado antes de verla en su viernes de estreno. No puedo haberme alegrado más. He tenido todo tipo de experiencias cinéfilas, pero La habitación me provocó una reacción incómoda, extraña y radicalmente nueva; es una película perfecta que no me atrevo a recomendar alegremente, no sé si me explico. Tuve la inmensa suerte, eso sí, muy trabajada, de llegar al cine sabiendo poco más de lo que indica el título. A los pocos días, por mera curiosidad, busqué su avance en internet y me quedé petrificado al comprobar que arranca después de un giro fundamental. De haberlo visto antes me habría adelantado una parte imprescindible de su historia. Me puse tan nervioso que ahora temo, con carácter retroactivo, que mi yo del futuro viaje al pasado y vea ese maldito tráiler antes que La habitación.

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