OPINIÓN

'Transparent': Maura Pfefferman es MUCHO (y cuando no está se la echa de menos)

'Transparent': Maura Pfefferman es MUCHO (y cuando no está se la echa de menos)
'Transparent': Maura Pfefferman es MUCHO (y cuando no está se la echa de menos)
'Transparent': Maura Pfefferman es MUCHO (y cuando no está se la echa de menos)

“Lo tengo todo, pero no soy feliz”. Lo dice Maura, antes Mort, con la mirada triste y el labio colgante de Jeffrey Tambor, merecido segundo Emmy por su extraordinario trabajo como mujer septuagenaria atrapada en el cuerpo de un hombre. Aunque Transparent (que emite Movistar+) sea una serie coral y así ha sido desde el minuto uno, cuando el actor no aparece (o aparece poco) yo le echo mucho en falta. Las aventuras existenciales de sus hijos, de su mujer, bien, siguen ahí, pero a mí no me satisfacen igual que ver al padre de familia atormentado por su nueva situación vital. De ahí que, para mí, el primer episodio de la tercera temporada haya sido de lo mejor que he visto en la serie de Jill Soloway. Una voz en off, la de Raquel, nos habla de libertad y cambio, mientras suena Ne me quitte pas, de Nina Simone. En medio de un idílico bosque, se respira paz y tranquilidad. Todo lo contrario a lo que le espera a Maura, ahora de teleoperadora en un centro LGTB de Los Ángeles. Tristona, tan apagada como el color de su pelo gris, sin vida, Maura hace lo imposible durante todo el episodio por ayudar a una joven transexual afroamericana que se quiere suicidar. Eso le da energía, o eso cree ella, pues, cual don Quijote, se afana por creer en molinos, y corre para “salvar” a esta desconocida. Ese “lo tengo todo, pero no soy feliz” suena ahora a capricho y choca frontalmente con el panorama que Maura descubre al sur de la ciudad, cuando se pierde metafóricamente y literalmente en medio de un ruidoso bazar. Que suenen las teclas de un piano, mientras Maura se descubre atrapada en una especie de laberinto lleno de tiendas baratas y personajes que le son ajenos, nos lleva a sentir su misma angustia y desazón. Maura no sólo se siente como pez fuera del agua en este mundo de transexuales hispanas que ella cree prostitutas o de afromericanos chistosos a los que no les pilla la gracia (con cameo de JB Smoove de Larry David). Maura está, a todos los niveles, sin saber qué hacer con su nueva vida. Y lo peor de todo es que allí, al sur, donde no hay judíos ni familias bien de clase media alta ni personitas que le bailen el agua, Maura no sólo pierde el bolso, el fular y uno de sus zapatos, pierde, momentáneamente, la chaveta, en un ataque de ansiedad que, paradójicamente, provoca uno de los más grandes momentos cómicos que yo recuerde en Transparent. Maura se siente despreciada, ninguneada. Físicamente parece una vagabunda, la loca de los gatos. La parte de la ciudad más humilde y trabajadora mira de arriba a abajo a esa señora que parece no estar en su sano juicio. Cuando llega el segundo episodio y Jeffrey Tambor sólo sale fugazmente le echo de menos. “Se tiraba pedos como si fuera su trabajo”, dice de su compañero de habitación en el hospital del condado, un lugar apestoso al que no quería ir ni a rastras. Pero allí acaba, maldiciendo el momento en el que se puso a perseguir quimeras. “Creía que me moría”. Y como de eso se trata, de tiempo, esta señora de 70 años tiene que darse prisa y hacer realidad sus sueños. Ojalá más escenas junto a la maravillosa Anjelica Huston y menos karaokes de su mujer instalada en una nueva vida ajena a Maura y a su mundo. “Cuando una persona hace la transición toda su familia la hace”, se justifican, pero a mí cada vez me interesan menos los “problemas” de la prole de Maura, panda de egoístas insatisfechos porque lo llevan en los genes, se escudan. A Caitlyn Jenner la vemos de refilón en la tele, ése es el supuesto futuro de Maura, la operación. Me interesa mucho más que las felaciones, masturbaciones y bromas sadomaso con las que Transparent intenta transgredir al personal. Maura es MUCHO, por sí sola. No necesito más.

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