OPINIÓN

'Black Mirror': vivir una vida de mentira, entre 'likes' y para siempre

'Black Mirror': vivir una vida de mentira, entre 'likes' y para siempre
'Black Mirror': vivir una vida de mentira, entre 'likes' y para siempre
'Black Mirror': vivir una vida de mentira, entre 'likes' y para siempre

Charlie Brooker de mi vida, eres chungo como tú solo. Regresa Black Mirror en pleno Halloween y lo hace con una tanda de seis episodios que remueven conciencias y ponen la carne de gallina. Siempre lo he pensado: Black Mirror parece el resultado de la suma del terror psicológico firmado por Stephen King y el conocimiento científico del siempre cercano Isaac Asimov. Con un elenco multicultural, de hombres y mujeres protagonistas, jóvenes y ancianos, futuro y presente, la serie de Channel 4 que ha rescatado Netflix en su tercera temporada sigue dando una lección de cómo hacer la mejor televisión que mira al cine. Terror, sátira social, dramedia, thriller de acción, bélico, procedimental… hay de todo y para todos. Y es fácil ponerse en la piel de los personajes, empatizar con sus angustias, vivir su tensión vital, porque, aunque Black Mirror habla del futuro, el futuro ya está aquí, aunque aún no lo entendamos. Tienen todas estas historias un nexo común: el avance tecnológico nos está llevando irremediablemente a vivir cada vez más una vida de mentira. Frente a lo real lo virtual nos ha transformado en personas alienadas, que (hablando de redes sociales y comunidades online) buscan (dále al LIKES) ser aceptadas por desconocidos (Nosedive) o declaman la muerte de alguno de los más odiados (Hated in the Nation). Siempre bajo la duda de la conspiración gubernamental (Men Against Fire) o de empresas privadas que podrían jugárnosla sin mucho esfuerzo (Playtest). En formato videojuego o protagonizando una guerra real, la tecnología puede llevarnos a nuestra propia extinción. A veces, como ocurre en Mr. Robot, qué fácil sería hacer buen uso de estos avances en vez de dejarlos en manos de unos pocos (Shut up and Dance). Pero queda un halo de esperanza, aunque esa puerta siga dando bastante pavor. Porque si, como apunta Black Mirror, nos dejamos dominar por las pantallas o nos encaminamos hacia una especie de Matrix donde nada es lo que parece, puede que consigamos ser eternamente jóvenes, en un bucle atemporal con su propia lógica (San Junípero). De todos los episodios me quedo con este último, no sólo porque es nostálgico y conmueve por su moraleja final, si no porque lo importante siempre seguirá siendo el amor, que es lo que realmente mueve el mundo. La soledad, la falta de memoria, la juventud como sinónimo de libertad y diversión, la mezcla de algunos espejos rotos con las sonrisas eternas en el más allá hacen de San Junípero el único lugar de todos los imaginados en esta primera parte de la tercera temporada (habrá otros seis episodios más) en el que me gustaría vivir (o no morir). Vivir una vida de mentira incluso en el más allá. La dimensión desconocida se va haciendo cada vez menos enigmática, nos estamos acostumbrando a nuevas tecnologías que desconocemos, que sepamos sobrevivir como especie sólo dependerá de nosotros mismos y de nuestra capacidad para entender a dónde queremos encaminarnos. Nos quejábamos de que no se hacía terror televisivo, pues toma dos tazas. Poesía pura.

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